ACCIÓN DE GRACIAS
Seguramente muchos de vosotros no lo sabréis, pero los dominicos llegamos a esta comunidad cristiana en los primeros días del año 1899. Entonces nuestro cuidado fue de la Cofradía, y del culto en el templo, de los “Indignos Esclavos del Santísimo Sacramento”. Veis cómo nos acompañan sus signos en la iglesia… Con el tiempo, en el año 1966 la Iglesia de Madrid pidió a estos frailes hacer del templo conventual una parroquia. Era el tiempo del crecimiento de la Capital, gracias a quienes venían a vivir desde otros lugares de España. El P. Francisco Arias fue el primer párroco. Han pasado 58 años desde entonces. 1966. Me haría pesado si recitase la lista de los párrocos, y tendría que añadir también la de todos los frailes que han atendido el confesionario, celebrado matrimonios o bautismos, acompañado a los jóvenes y a los enfermos en este tiempo. Los dominicos, en el Olivar, tenemos historia. Y estoy seguro que todos hemos intentado hacer el bien y servir a esta comunidad que la Iglesia nos ha encomendado, de la mejor manera posible.
Hoy estamos aquí. Miramos a nuestro alrededor y se nos nota la Historia, ¿verdad? Nuestro barrio se nos hizo viejo, multicultural, multireligioso y muy turístico. Sí, nos hemos hecho más mayores, más vulnerables y pequeños, y –como al templo- se nos notan las grietas. A veces nos quejamos demasiado con nostalgia del pasado: ¡qué pocos somos! ¡Qué frágil es nuestra respuesta a Jesús hoy! Quizá se nos olvida que el sello del Evangelio es la pobreza, la vulnerabilidad y la pequeñez. Si tenemos estas señales, y las tenemos, es porque Dios sigue comprometido con esta humilde comunidad. ¡Dios está enamorado de la pobreza! En El Olivar, sobre todo, huele a familia y a humanidad (aunque hoy huele especialmente a incienso). A atención a los débiles, a serenidad y oración, a catequesis ruidosa los miércoles, a formación teológica los martes, a cultura y belleza. Huele a Familia Dominicana pequeña y verdadera. La savia del Evangelio se esconde, como un tesoro hermoso, en cada grupo, en cada persona que es piedra viva de este edificio viejo.
Es imposible no recordar hoy a nuestro querido Carlos. Él ha hecho de esta pequeña comunidad un espacio de amistad. Él, como Jesús, nos ha llamado “amigos” y en su amistad nos llegaba la amistad de Dios. Él nos ha cuidado y querido, ha despertado la mejor humanidad de cada uno y desde ahí nos ha presentado el rostro más bonito de Dios: “el amigo de la Vida”, que nos quiere felices. Carlos ha puesto un listón altísimo, y ha sido un regalo de Dios hacer camino con él, pero es insustituible. No nos cabe duda que, lo que Santo Domingo dijo de sí al morir, “os seré más útil desde el Cielo”, también se cumple en él. Carlos ha amado tanto a esta Parroquia que tenemos la total certeza que la tiene que estar cuidando desde arriba.
Recordando a Carlos pensamos también en tantos que se nos han ido y han dejado una huella preciosa en esta comunidad parroquial. Recordamos sus nombres con gratitud, y sabemos que ya esos nombres están en el corazón de Dios. Muchos se han ido, es cierto. Pero otros muchos llegan. Cada semana aparecen personas diferentes en esta Parroquia, muchos de otros países. Y vienen niños, o familias, o personas solo a rezar con la iglesia abierta que se sienten en casa. Y tantos hombres y mujeres atraídos por la sonoridad del templo, por la música y la cultura, por el silencio y el misterio. Sí: muchos vienen… Y queremos ayudarles a que se queden.
No es tiempo de lamentos. Es tentador mirar atrás con nostalgia. Pero Dios nos visita en el futuro. Nos sigue enviando hermanos con inquietud que necesitan el calor de la comunidad, la familiaridad de la parroquia. No es tiempo de quedarse en un rincón, o en casa, viendo la película en blanco y negro de nuestra gloriosa historia. Ahora nos toca poner color y creatividad a cada día, a este precioso presente en el que Dios se revela. Nos toca construir con fuerza, pasión y energía una comunidad que se quita el luto y se viste de los colores del Evangelio. Que hace de su pequeñez virtud familiar. Que vive la fe con gusto y la celebra, la profundiza y la traduce en servicio. Es tiempo de renovarnos, no es tiempo morirnos. El Señor ha dirigido nuestra Historia a este momento donde nos vuelve a decir a cada uno: “sígueme”, aquí y ahora. ¡Nadie puede escurrir el bulto y dar marcha atrás! Dios no nos llama a ser espectadores sino protagonistas: protagonistas de una vida parroquial donde todos tenemos sitio, donde nos duele el deseo de contagiar a otros la fe. Este es el mejor momento para comprometernos más, mucho más, como parroquia.
Este pobre fraile a quien ahora llamáis “párroco” no es nada, no puede nada, sin cada uno de vosotros. Os necesito a todos, todos sois imprescindibles. Todos vamos en la misma barca, nadie puede remar en otra dirección que no sea la de Cristo, la de la Iglesia, la del compromiso misionero. Os invito a todos, individualmente, a volver a empezar, a volver a ilusionaros por Jesús y su Palabra, ¡nada merece más la pena que esto! Os invito a las catequistas, a las señoras de la Legión de María, a los miembros de la Archicofradía del Rosario, a quienes desde Cáritas dais humanidad, calor y alimentos a los más pobres. A los miembros de la Fraternidad de Santo Domingo, a quienes aún sois jóvenes, a los meditadores, a mi comunidad de frailes y prenovicios, a los vecinos… Vamos a ilusionarnos de nuevo, a mirar con esperanza y entusiasmo, a seguir escribiendo historia con audacia, valentía, coherencia y creatividad. Vamos a seguir con más fuerza y más ganas a Cristo. Vamos a construir familia, que digan en el barrio “mirad cómo se aman”…
“Con vosotros cristiano, para vosotros párroco”: algo parecido decía San Agustín. Aquí estoy, para quereros y serviros, para ayudaros a vivir el Evangelio, para rezar por vosotros, para que construyamos juntos una comunidad de piedras vivas y enamoradas. Nos necesitamos, os necesito. A todos, todos, todos. “Con vosotros cristiano, para vosotros párroco”.
Fr. Javier Garzón OP.
15 de diciembre 2024